Frank Miller, un artista inquietante artífice de luces y sombras
Dicen de él que es un dibujante mediocre, que como guionista sólo es una parodia de sí mismo, que ha perdido el rumbo, que está sobrevalorado, que se ha vendido a Hollywood. Lo acusan de fascista, de enaltecer la violencia gratuita, de retorcer la historia a su antojo, con escaso rigor y menos pudor.
Bajo su sombrero de detective se parapeta un rostro enjuto y enfermizo, con ojos que parecen mirillas a una habitación sórdida. Tiene 53 años, mal llevados. Frank Miller se ha convertido en uno de sus personajes que malviven en Basin City. ¿Por qué entonces su nombre es un hito en la historia del cómic? Una palabra lo resume: resurrección.
Cuando superhéroes como Batman y Daredevil estaban en sus horas bajas, él los levantó de sus tumbas, los convirtió en una clase diferente de hombres, menos perfectos pero más realistas, más cercanos, les dio algo nunca antes visto en el universo de luchadores del bien: les regaló una sombra.
Cuando el género negro yacía denostado desde hacía décadas, él lo puso en pie, le puso un revólver en la mano y un nombre nuevo: la ciudad del pecado.
Cuando en Estados Unidos ni se acordaban de lo que era la historia, tan de moda en aquellos autocines en los que Kirk Douglas o Charlton Heston se enfrentaban a magníficos ejércitos, Miller recuperó el épico sacrificio de los espartanos en las Termópilas. ¿Quién le puede quitar ese mérito?
Cuando tenía seis años le dijo a su madre que haría cómics el resto de su vida. Y es que siempre fue un lector ávido. Su primer cómic fue Superboy y la legión de superhéroes, pero el que más recuerda fue uno de Batman que encontró en unos grandes almacenes. «Era muy chulo y opresivo», recuerda. Opresivo. Un calificativo aplicable a casi todas sus obras.
Su primer trabajo para Marvel se remonta a 1979 con Spectacular Spiderman, un crossover con Daredevil. El hombre sin miedo no era un superhéroe al uso. Era un discapacitado –ciego–, un héroe no sólo porque saltaba de tejado en tejado con una máscara en la cabeza, sino por ser un abogado honrado en una ciudad subyugada por el crimen organizado. Un personaje hecho a su medida. Pusieron la serie en sus manos a finales de los setenta y en sus manos estuvo hasta 1983, dejando al Demonio Rojo –que había rozado la picota editorial– en impecable estado. En ese tiempo había creado a Elektra, un personaje tan dramático como el mito en el que se inspira.
Tras unos años en la competencia (DC) con una serie propia sobre un samurái sin amo en un futuro posapocalíptico (Ronin), en 1986 retomó a Daredevil y lo hizo marcando un punto de inflexión en la historia del cómic. En Born Again (reeditado en la actualidad) por primera vez un enmascarado –que ya se había planteado la legitimidad de actuar por encima de la ley y de la democracia, aún más siendo abogado– no era masacrado por su enemigo con poderes cósmicos, ni siquiera se valía de un matón: bloqueaba sus cuentas, reducía su reputación a cenizas, lo dejaba en la calle…
La novela negra entraba en Marvel por la puerta grande. Lo mismo ocurrió en DC ese mismo año con Batman: el regreso del caballero oscuro. Repitió su éxito en Batman: Año Uno. El éxito de Sin City y, posteriormente, 300 confirmó su talento. Sin embargo, no todo fue vino y rosas. Entre sus propios fans empezó a cundir la sensación de que Frank rozaba el agostamiento creativo, la redundancia, la decadencia. Las últimas entregas de Sin City, Batman: el Señor de la Noche contraataca… hacen pensar en su época como guionista de Robocop. ¿Redimirá sus pecados el genio caído?
Frank me envía páginas y yo voy escribiendo en la distancia»No son mis latigazos lo que temen…». El autor de tan comentada frase, el rey Xerxes de 300, será el protagonista de una miniserie de seis entregas, Xerxes, y de un filme dirigido de nuevo por Zack Snyder. El cineasta confesó el miércoles que ya tiene la mitad del guión.